Tu felicidad es tuya. Y que lo sea, como mínimo, evidencia dos derivadas: propiedad y posibilidad. Que sea tuya tiene que ver con la ausencia de obstáculos externos que te impidan hacer lo que quieras hacer durante tu viaje a la felicidad, sin menoscabar los derechos y libertades de los demás. Por tanto, alude a tu libertad negativa (Berlin, 2005), aquella que te permite vivir en libertad ejerciendo tu voluntad porque nada, ni nadie te lo puede impedir; y en la que el límite es un Otro al que no puedes perjudicar.
Eres libre por la ausencia de coacciones sobre tus acciones e inacciones: decides qué haces o no, sin restricciones, ni impedimentos de terceros. Y que, además de tuya, tu felicidad sea posible tiene que ver con tu capacidad para decidir los acontecimientos que, de acuerdo con tus intereses y preferencias, quieres que sucedan para autorrealizarte durante el trayecto. Por tanto, alude a tu libertad positiva (Berlin, 2005), aquella que se refiere a vivir con libertad. A diferencia de la libertad negativa, no eres libre por algo (ausencia de coacciones), sino para algo (propósito): conecta con la posibilidad de plena autodeterminación (de tu yo ideal) y autorrealización (de tu yo real), de modo que el límite eres tú mismo/a. Alude a tu capacidad para decidir y definir tu propósito vital de forma autónoma.
Y para viajar a la felicidad en y con libertad se trata de proteger la libertad negativa para promover la libertad positiva: la negativa posibilita la positiva (Hayek, 2014). Pero, siendo esto cierto, no lo es menos que, si no se quiere padecer un exceso de positividad, el libre ejercicio de la libertad positiva exige un viaje reflexivo hacia la felicidad desde la plena consciencia.
En la sociedad disciplinaria (Foucault, 1976) y moderna del siglo XX basada en la obediencia externa, el trabajador asalariado, en tanto que animal laborans (Arendt, 2005), estaba condicionado por fuerzas que, desde fuera, le obligaban a funcionar entregándose al trabajo. En aquel entonces, debían hacer cosas. En cambio, en nuestro hoy posmoderno, en la sociedad del rendimiento del siglo XXI, el knowmad (Roca, 2015) puede hacer lo que quiera. Y es que uno de los dogmas del integrismo neoliberal contemporáneo más conspicuo impone, a modo de fetua de autoayuda sobrevenida, que hoy, nada es imposible.
Esta posibilidad infinita, invocada por los imanes de Silicon Valley (y similares) desde sus mezquitas virtuales, provoca que el knowmad se autoexplote (Han, 2012): del mismo modo que no hay peor censura que la autocensura, cuando «el único límite es el cielo», no hay presión más dura que la autoexigencia. Por eso, muchos knowmads padecen un exceso de positividad: de libertad para poder hacer lo que quieran durante el viaje a cada Ítaca particular. Y lo singular de este nuevo escenario es que se produce una cuádruple paradoja:
PRIMERA. Víctima y verdugo son la misma persona. Ya no se necesita a un tercero en discordia al que culpar por someter a empleados y profesionales: los knowmads se bastan para auto explotarse hasta la extenuación creyendo que se están auto realizando, bajo una falsa sensación de libertad. Porque el trabajo se ha convertido en la conditio per quam se llega a la autorrealización humana (Martínez, 2007). A diferencia de la Franja Aérea orwelliana de 1984 en la que sus habitantes eran conscientes del sometimiento que padecían, con frecuencia, hoy no se tiene consciencia de estar siendo dominados. Tanto es así que, no siendo suficiente con el ya citado «el único límite es el cielo», en LinkedIn hay quién, sorprendentemente, reivindica más espacio: «que no te digan que el cielo es el límite cuando hay huellas en la Luna». Pero no. No siempre que quieres, puedes. Es una falacia inoculada por abrasión, con frecuencia, desde un relato hueco que enaltece la banalidad del optimismo.
SEGUNDA. Esta alienación silenciosa del yo real por el propio yo ideal, con frecuencia, genera personas agotadas, cuando no, deprimidas y frustradas, devoradas por su propio ego. Con frecuencia, no poder conduce al auto reproche destructivo y a la autoagresión en forma de sentimientos de inferioridad e incompetencia por no haberlo hecho mejor a causa de una supuesta incapacidad personal. Es el momento en el que, ante el espejo, el yo ideal parece reprender al yo real por no haber invertido el suficiente esfuerzo; por no haber trabajado lo necesario.
TERCERA. Esto genera una sociedad del cansancio (Han, 2012) que, paradójica y, a la vez, causalmente, pontifica el tiempo como el recurso productivo más preciado y el reloj como el sistema operativo del mundo VUCA. «Estamos pasando de un mundo donde el grande se comía al pequeño a un mundo donde los rápidos se comen a los lentos». ¿Te suena? Seguro que sí. Es de Klaus Schwab, presidente del WEF. Nadie como Davos está interesado en que, atizados con este tipo de mantras y como un hámster atrapado en su rueda de la gig economy, el knowmad corra apresurado, embutiendo el mayor número posible de bolos por día y de tareas por hora. El culto a la velocidad es el mayor aliado de los que, cada año, se reúnen en su Foro: vivir deprisa no es vivir, sino sobrevivir (Honoré, 2004). Conviene que la velocidad fomente las prisas y éstas una felicidad inconsciente en la que no caben las preguntas importantes: qué sucede, por qué y para qué. No conviene ir lento, vaya a ser que se permita la reflexión y la contemplación y, con ellas, conectar con una infelicidad consciente.
Y CUARTA. Descendiendo a lo más prosaico, aunque no menos importante, se trata de un escenario que, bajo una aparente flexibilidad que facilita la tan cacareada conciliación, transita a marchas forzadas del Estado de Bienestar al Bienestar del Capital. La citada gig economy se ha erigido en uno de los algoritmos nucleares de la economía digitalizada: aquél por el que la tecnología se pone al servicio de una desigualdad social articulada mediante la precarización de un empleo, hasta unas cuotas vergonzantes, cercanas al empleo indecente. Mientras el Coeficiente de Gini avanza inexorable hacia el 1, la economía de los pequeños encargos no deja de crecer: en los últimos 3 años, 70 millones de personas han trabajado en estas «plataformas de talento online» (Heeks, 2017). McKinsey calcula que, en 2025, 540 millones buscarán trabajo en ellas y 230 millones lo encontrarán (Manyika et al., 2015). Para entonces, absorberán 1 de cada 3 empleos (Standing, 2016). Hoy, las relaciones laborales son una especie en peligro de extinción en el planeta 4.0. Mañana, un recuerdo. Entre tanto, la Ley de Bowley continúa poniendo en entredicho la eticidad del trabajo del futuro (WoF) e invita a reflexionar muy mucho acerca del futuro del trabajo (FoW). «Nos encontramos con la perspectiva de una sociedad de trabajadores sin trabajo, es decir, sin la única actividad que les queda. Está claro que nada podría ser peor». Actual, ¿verdad? No, no es de Schwab. Lo escribió una tal Hannah Arendt hace 62 años. Ya entonces denunciaba la falta de meditación por la complaciente repetición de «verdades» triviales y vacías. Pero de esto, si eso, hablaremos otro día.
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