Sentirnos valorados y aportar valor dan forma a nuestras vidas.

Después de muchas pruebas y aflicciones, incluyendo un amor perdido, un corazón roto y un viaje peligroso, Jane Eyre llegó enferma y sin un centavo a una nueva ciudad. Allí, como maestra, finalmente encontró el respeto y el aprecio de la comunidad: “Sentí que me convertía en una de las favoritas del vecindario. Siempre que salía, escuchaba por todos lados saludos cordiales y me recibían con sonrisas amistosas. Vivir en medio de la consideración general ... es como "sentarse al sol, tranquilo y dulce". Así es como Charlotte Bronte describió el sentido de importar de su protagonista.

Unas décadas más tarde, William James, el psicólogo estadounidense, describió la experiencia opuesta: “Si nadie se girase cuando entramos, ni respondiese cuando hablamos, ni les importase lo que hacemos, y si todas las personas que nos encontramos 'nos harían el vacío’, y actuasen como si fuéramos cosas inexistentes, una especie de rabia y desesperación impotente no tardaría en brotar en nosotros”.

El dolor de ser ignorado, absolutamente indigno de cualquier atención, escribió, era suficiente para generar sufrimiento.

Importar consiste en sentirnos valorados y aportar valor a nosotros mismos y a los demás. Por sentirse valorado nos referimos a ser apreciado, respetado y reconocido. Por aportar valor nos referimos a hacer una contribución y hacer una diferencia en el mundo.

El efecto de importar se refiere a las consecuencias positivas o negativas de sentir que importamos o no. Sentirse valorado es una condición previa para la salud y el bienestar personal. Agregar valor o hacer una contribución es un requisito previo para una vida significativa. Los efectos negativos de no importar, sin embargo, pueden ser devastadores. El ostracismo, la exclusión y el rechazo no solo son dolorosos, sino que también pueden conducir a la violencia y la depresión.

Sentir que importamos es una de las características más definitorias de la humanidad. Cuando ese sentimiento está presente, prosperamos. Cuando está ausente, nos sentimos ignorados e indefensos. Las amenazas a importar disminuyen nuestra dignidad.

Hay formas positivas y negativas de lidiar con la falta de valor percibida. Algunos esfuerzos constructivos incluyen el movimiento de derechos civiles y Black Lives Matter; la lucha de la comunidad LGBTQI+ por la igualdad de derechos; y la lucha de los activistas por los derechos de las personas con discapacidad, que resultó en la Ley de Estadounidenses con Discapacidades. Algunas reacciones negativas a la falta de valor conllevan agresión y xenofobia.

La experiencia de importar no solo promueve la salud y la felicidad; también evita la desvalorización personal, la desconexión relacional, la desvinculación del trabajo y la desintegración del tejido social. Estos cuatro problemas - las cuatro D - definen la crisis actual.

La falta de valor resulta en altas tasas de depresión en todo el mundo. Demasiado valor resulta en niveles sin precedentes de narcisismo. La desconexión se ve en incrementadas cotas de aislamiento, soledad y rupturas relacionales. La desvinculación laboral, que es generalizada en todo el mundo, cuesta 7 billones de dólares.

La disminución del capital social y el aumento de la desigualdad apuntan a la desintegración de la comunidad. El racismo, la creencia de que todo un grupo de personas no importa en absoluto, está arraigada en Estados Unidos y otros países. Las cuatro D proceden de la "Cultura del Yo". En esa cultura, las personas se guían por un mantra: "Tengo derecho a sentirme valorado para poder ser feliz". La naturaleza egocéntrica de esta filosofía se centra estrictamente en lo que es bueno para mí.

Pero si la “Cultura del Yo” es el problema, ¿cuál es la solución? Necesitamos una "Cultura del Nosotros", una cultura en la que “todos tenemos el derecho y la responsabilidad de sentirnos valorados y aportar valor a nosotros mismos y a los demás, para que todos podamos experimentar el bienestar y la justicia".

Mientras que la Cultura del Yo es primariamente individualista, hedonista, condescendiente y paliativa, la Cultura del Nosotros es comunitaria, decidida, llena de significado y transformadora.

Nuestra cultura está obsesionada con sentirse valorado y ser feliz. Este enamoramiento con nosotros mismos, reforzado por los selfies, la marca personal y acceso a megáfonos como las redes sociales, es en el mejor de los casos, engañoso. La forma de importar no es convertirnos en mercancías para la venta. Más bien, la forma de importar es buscar el significado aportando valor a uno mismo y a los demás.

Importar existe en el microcosmos de las relaciones y el trabajo, pero también en el macrocosmos de las políticas sociales. Las naciones que promueven la ecuanimidad y la equidad económicas logran mejores resultados en salud física y mental, confianza, educación, seguridad, movilidad social y esperanza de vida.

Las personas en países que promueven políticas justas en salud, educación y empleo reportan niveles más altos de satisfacción con la vida. Como sociedad, la lección es clara: No podemos lograr ni el bienestar ni la dignidad sin justicia.

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